Shamiria, el país de los bosques de cedros, joya del continente occidental, antigua, misteriosa, codiciada por sus riquezas.
Dicen los sabios que Shamiria, al sur del río Aguas Negras, ha estado habitada desde tiempos anteriores a los que las crónicas más antiguas recuerdan. Tanto es así, que cualquier nueva construcción tiene que estar precedida por el rito de las siete bendiciones, para aplacar a los espíritus de todos los niveles de ruinas del subsuelo.
Pudiera parecer una exageración y un acto de superstición, pero es cierto que Shamiria está considerada una de las cunas de la civilización y ha estado habitada desde incontables milenios. Innumerables ciudades, reinos e imperios se han sucedido en sus tierras, girando en un ciclo que parece no detenerse. Pero parémonos un instante, acerquémonos a estas ricas tierras y observémoslas en detalle. Para entender la situación actual de Shamiria tenemos que retrotraernos a la Guerra de las Tres Ciudades.
La riqueza de Shamiria proviene del río Aguas Negras. Este fluye desde las lejanas Montañas de la Luna, entre los escarpados acantilados al norte en su margen septentrional y las suaves landas de las tierras shamirias. Con las lluvias del otoño el Aguas Negras adquiere el color que le da nombre, al arrastrar consigo una gran cantidad de fértil cieno oscuro desde las tierras altas. Cuando alcanza Shamiria este se desborda proporcionando una zona adecuada para el cultivo. Sin el desbordamiento del Aguas Negras la agricultura resultaría demasiado dificultosa, porque tras una fina línea de olivares, el suelo calcáreo que se extiende desde el río hacia el sur está cubierto de gigantescos cedros que, junto algunas especies de arbustos, parecen ser los únicos capaces de arraigar y prosperar.
Es por esta razón que las ciudades-estado shamirias se encuentran, en su gran mayoría, situadas junto al Aguas Negras. Estas ciudades-estados -auténticos reinos en miniatura- han guerreado siempre entre sí, intentando imponer su hegemonía sobre el resto. Este proceso bélico culminaría en la conocida como Guerra de las Tres Ciudades.
Aunque la Guerra de las Tres Ciudades tuvo lugar hace más de ocho siglos, fue ampliamente documentada y los descendientes de algunos de los protagonistas siguen ostentando el poder.
Las tres ciudades que dan nombre a la guerra son Qart Tamar, a las orillas del Aguas Negras, de prósperos campos de cultivo; Atem, en el delta del río, con su fabuloso puerto comercial; y la lejana Dam Samscu al sur, junto al Mar de las Algas.
El tradicional conflicto entre las ciudades dio un giro dramático tras las terrible plaga conocida como la Peste Púrpura. La epidemia causó numerosas víctimas a lo largo de toda Shamiria y, de entre todas las poderosas ciudades, solo tres parecieron recuperarse con la suficiente rapidez como para imponerse al resto. El tablero de juego estaba súbitamente despejado, pero los recursos humanos eran muy escasos, por lo que el tirano de Dam Samscu decidió hacer uso del tesoro para traer desde Nisia un numeroso grupo de mercenarios.
Los nisios siempre fueron un pueblo belicoso, y sus famosos soldados, cubiertos en exquisitas armaduras y protegidos por grandes escudos de bronce, eran la tropa de élite de la época. Las islas nisias son un lugar pedregoso y de escaso valor agrícola, por lo que sus gentes siempre estaban dispuestas a pelear por ellas o a viajar a cualquier lugar del Gran Mar Central para ganarse la vida como aventureros o colonos.
El oro shamirio sobre la mesa procuró al tirano de Dam Samscu un numeroso contingente, dirigido por el general mercenario Eumenes "el Alado". Aquello se convirtió pronto en una escalada militar: enviados de Qart Tamar y Atem navegaron hasta Nisia para reclutar sus propios contingentes mercenarios.
La guerra siguió el curso habitual, con escaramuzas de pequeños grupos de guerreros shamirios en los bosques de cedros, pero los mercenarios nisios se hicieron pronto con el control efectivo del río, participando en auténticas batallas campales en las llanuras aluviales. Esta nueva dimensión del conflicto habría terminado por arrasar la región a no ser por un inesperado suceso de raíces económicas.
Las aparentemente interminables riquezas de Atem comenzaron a agotarse, por lo que el rey-sacerdote decidió gravar con un impuesto la entrada en los templos. Esta decisión generó numerosas protestas y disturbios, con lo que el soberano se vio entre la espada y la pared, al tener que hacerse cargo de la soldada de sus cada vez más numerosos mercenarios. Informado de estas circunstancias, Nicómaco, general de las fuerzas nisias al servicio de Atem se presentó ante el rey-sacerdote con una propuesta: él mismo adelantaría el sueldo de sus hombres, a cambio solicitaba el matrimonio con la princesa. Reluctante, pero acuciado por los crecientes desórdenes, el rey-sacerdote aceptó el acuerdo. Los impuestos se relajaron y las protestas se tornaron en algarabía por las próximas nupcias reales.
Aquel feliz acuerdo pronto dio un giro siniestro. Durante la noche de bodas, cuando el repiqueteo de timbales y el hipnótico sonido de pífanos y cítaras se había silenciado casi al rayar el alba, en plan de Nicómaco se puso en marcha. Sus oficiales habían simulado divertirse y estar tan bebidos como el resto de invitados, pero en realidad habían estado rebajando el vino con abundante agua, fingiendo seguir la tradición nisia. En el momento acordado los hombres de Nicómaco se levantaron de sus lechos, acudieron a las cocinas, donde los soldados habían escondido numerosas armas, y llevaron a cabo una masacre en el palacio real. El rey-sacerdote, los príncipes reales y toda la nobleza local fue ejecutada antes de que pudiesen darse cuenta de qué estaba sucediendo.
Nicómaco actuó rápido esa misma mañana: se proclamó señor de Atem y envió mensajeros a Qart Tamar y Dam Samscu invitando a los mercenarios a unirse al ejército del nuevo reino nisio de Shamiria. Los soldados sería generosamente recompensados con oro y tierras, mientras que los estrategos de las dos ciudades rivales recibirían el título de gobernadores si aceptaban la hegemonía del rey Nicómaco, entroncado con la realeza shamiria a través del matrimonio con su esposa.
A la vecina Qart Tamar la noticia llegó pronto, y el general Estratón orquestó un rápido golpe de estado poniéndose a las órdenes de Nicómaco, pero el caso de Dam Samscu fue muy diferente.
Un grupo de soldados de Dam Samscu interceptó a un mensajero nisio que cabalgaba hacia la ciudad para llevar la oferta a Eumenes. Informado de estas circunstancias, el tirano de Dam Samscu ideó un plan para evitar correr el destino de las otras dos urbes shamirias: en un plazo de una semana llevaría a cabo un acto en el anfiteatro real de Dam Samscu en el que oficiaría el ritual de las higueras, con el que los nisios dan la bienvenida al otoño. Una vez todos los mercenarios estuviesen reunidos en el edificio las puertas serían bloqueadas y se prendería fuego al lugar.
Aquello habría supuesto el fin para los nisios, pero la fortuna jugó a su favor. Entre los hombres que detuvieron al mensajero se encontraba Kansbar, quien fuese traductor al servicio de Eumenes y, posteriormente, amante de este. Advertido por su fiel Kansbar el general nisio actuó rápidamente y, tras una apresurada reunión con sus oficiales, ideó una estratagema. Quedaban aun cuatro días para el ritual de las higueras, pero actuarían la próxima noche, cuando el tirano de Dam Samscu aun se sentía confiado. Eumenes posicionó a sus hombres en varios puntos estratégicos de la ciudad, y antes de que llegara la medianoche su plan de huida se puso en marcha. En primer lugar un pequeño grupo de mercenarios asesinó a los guardias de las puertas haciéndose con el control de estas sin que dieran ninguna alarma. En esos mismos momentos un nutrido grupo de soldados se hizo con el puerto y prendió fuego a las naves. Los gritos y el caos se extendieron por la ciudad y, cuando el cuerpo de guardia abandonaba el palacio para intentar descubrir la razón de tanto estrépito, el grueso de los hombres de Eumenes los eliminaron en una emboscada callejera. Aprovechando esta circunstancias se internaron en el complejo palaciego y, al igual que habían hecho en el puerto, prendieron fuego a las caballerizas reales.
El caos fue total en Dam Samscu y pocos fueron los que en esos primeros momentos se percataron de que todo el contingente mercenario abandonaba la ciudad por la puerta occidental, alejándose de Atem y Qart Tamar, lugares que los shamirios considerarían su ruta de huida natural. Los nisios cortaron las cadenas y bloquearon los portones al tiempo que escapaban hacia poniente en pos de las estribaciones meridionales de las Montañas de la Luna, llevando con ellos a sus esposas, amantes y jóvenes familias. El tirano de Dam Samscu se dio cuenta rápidamente de lo que había sucedido, pero no pudo hacer uso de sus fuerzas hasta dos días más tarde, momento en el que ordenó una salvaje persecución. Los hombres de Eumenes contaban con esa ventaja, pero pronto se vieron alcanzados por las tropas ligeras shamirias, y las escaramuzas continuaron durante semanas, hasta que las montañas dieron paso a una antigua tierra conocida como Vieja Tokhar. Al llegar a aquel lugar los soldados shamirios se detuvieron, gesticulando y recitando versos para alejar las maldiciones, y se negaron a continuar.
En el libro conocido como "La Odisea de Otoño", el propio Eumenes narra todos aquellos acontecimientos hasta que en lo más recóndito de occidente, detuvieron por fin su terrible huida y, junto a las orillas de un gran lago, fundaron una ciudad a la que llamaron Ostraka.
Los hombres del tirano se detuvieron tanto por antiguas supersticiones, como por la necesidad de regresar a su ciudad para prepararse para una nueva guerra. Esta no fue tan larga como hubiera cabido esperar, y los nisios parecieron conformarse con las ricas tierras del Aguas Negras. La situación se estabilizó y se estableció la Dinastía Nicómida. Este nuevo periodo supuso más una renovación de élites que el cambio radical que muchos anunciaban. Los señores nisios formaron una nueva casta dominante que a penas tenía contacto con el populacho shamirio, por lo que el modo de vida de estos, así como su cultura y tradiciones, a penas experimentaron cambios. Es más, a lo largo de estos más de ocho siglos, los sucesivos reyes Nicómidas fueron "occidentalizándose", dando lugar a un peculiar sincretismo tanto cultural como religioso.
La religión shamiria parece girar en torno a dos personajes: la pareja sagrada de Eilram y Tasmit.
Eilram es el señor del bosque de cedros. Se le representa como un hombre gigantesco, vestido con pieles y armado con un gran garrote. Junto a él vive Tasmit, señora de la luz de las estrellas, de donde descendió, prendada de amor por el apuesto coloso. Ambos disfrutaban de una feliz existencia en una tierra de abundancia, contemplando cada noche el resplandor de los astros entre el ramaje de los cedros.
Pero aconteció que un día Tasmit escuchó unos terribles lamentos y lloros desgarrados y, llevando con ella a Eilram, ambos emergieron de entre los árboles frente a un gran río. Allí vieron a unas pequeñas criaturas, semejantes a ellos mismos, pero de menor tamaño y con ojos carentes de brillo. Eran estos seres los que se lamentaban, encogidos bajo los látigos de otros personajes de abominable aspecto y aires serpentinos, que los atormentaban haciéndoles trabajar para ellos como esclavos. La visión resultó despreciable para la pareja al contemplar el injusto padecimiento de estos hombres y Eilram se sintió invadido de una ira homicida. Espoleado por tan poderosa pasión Eilram arrancó un árbol y, blandiéndolo como una maza, cargó contra los ofidios aplastándolos no tanto por su titánica fuerza, como por su salvaje rabia. Pero pronto las criaturas serpentinas parecieron recomponerse de la sorpresa inicial, y acosaron en grandes grupos a Eilram, hiriéndolo con su ponzoña.
Al ver lo que ante ella acontecía Tasmit dirigió su mirada a los cielos y llamó a las estrellas para pedir su ayuda. Y el poder de su voz y la urgencia de su solicitud eran tan grandes a causa del profundo amor que sentía por Eilram que uno de los astros atendió a su llamada. Esta estrella pareció precipitarse, cada vez más rápido, para luego hacerse más y más grande en el firmamento, hasta formar un astro más extenso que un millar de estrellas juntas. Las tinieblas se retiraron y la luz lo invadió todo, y las criaturas ofídicas se encogieron aterrorizadas y huyeron. Corrieron gritando presas del más intenso pavor hasta los confines del mundo, hasta cañadas oscuras y cuevas tenebrosas que se adentraban en las entrañas de Nemus, para nunca jamás abandonarlas, derrotados por Tasmit y su estrella, a la que los hombres llamaron sol.
Eliram y Tasmit rompieron las cadenas de los hombres y les dieron las palabras, y donde había gemir y llanto hubo canciones e historias. Durante toda una era Eilram y Tasmit vivieron junto a los hombres, hasta que el llegó el día en que hubieron de despedirse de ellos y se adentraron para siempre en los bosques de cedros.
Dicen los sabios que Shamiria, al sur del río Aguas Negras, ha estado habitada desde tiempos anteriores a los que las crónicas más antiguas recuerdan. Tanto es así, que cualquier nueva construcción tiene que estar precedida por el rito de las siete bendiciones, para aplacar a los espíritus de todos los niveles de ruinas del subsuelo.
Pudiera parecer una exageración y un acto de superstición, pero es cierto que Shamiria está considerada una de las cunas de la civilización y ha estado habitada desde incontables milenios. Innumerables ciudades, reinos e imperios se han sucedido en sus tierras, girando en un ciclo que parece no detenerse. Pero parémonos un instante, acerquémonos a estas ricas tierras y observémoslas en detalle. Para entender la situación actual de Shamiria tenemos que retrotraernos a la Guerra de las Tres Ciudades.
La riqueza de Shamiria proviene del río Aguas Negras. Este fluye desde las lejanas Montañas de la Luna, entre los escarpados acantilados al norte en su margen septentrional y las suaves landas de las tierras shamirias. Con las lluvias del otoño el Aguas Negras adquiere el color que le da nombre, al arrastrar consigo una gran cantidad de fértil cieno oscuro desde las tierras altas. Cuando alcanza Shamiria este se desborda proporcionando una zona adecuada para el cultivo. Sin el desbordamiento del Aguas Negras la agricultura resultaría demasiado dificultosa, porque tras una fina línea de olivares, el suelo calcáreo que se extiende desde el río hacia el sur está cubierto de gigantescos cedros que, junto algunas especies de arbustos, parecen ser los únicos capaces de arraigar y prosperar.
Es por esta razón que las ciudades-estado shamirias se encuentran, en su gran mayoría, situadas junto al Aguas Negras. Estas ciudades-estados -auténticos reinos en miniatura- han guerreado siempre entre sí, intentando imponer su hegemonía sobre el resto. Este proceso bélico culminaría en la conocida como Guerra de las Tres Ciudades.
Aunque la Guerra de las Tres Ciudades tuvo lugar hace más de ocho siglos, fue ampliamente documentada y los descendientes de algunos de los protagonistas siguen ostentando el poder.
Las tres ciudades que dan nombre a la guerra son Qart Tamar, a las orillas del Aguas Negras, de prósperos campos de cultivo; Atem, en el delta del río, con su fabuloso puerto comercial; y la lejana Dam Samscu al sur, junto al Mar de las Algas.
El tradicional conflicto entre las ciudades dio un giro dramático tras las terrible plaga conocida como la Peste Púrpura. La epidemia causó numerosas víctimas a lo largo de toda Shamiria y, de entre todas las poderosas ciudades, solo tres parecieron recuperarse con la suficiente rapidez como para imponerse al resto. El tablero de juego estaba súbitamente despejado, pero los recursos humanos eran muy escasos, por lo que el tirano de Dam Samscu decidió hacer uso del tesoro para traer desde Nisia un numeroso grupo de mercenarios.
Los nisios siempre fueron un pueblo belicoso, y sus famosos soldados, cubiertos en exquisitas armaduras y protegidos por grandes escudos de bronce, eran la tropa de élite de la época. Las islas nisias son un lugar pedregoso y de escaso valor agrícola, por lo que sus gentes siempre estaban dispuestas a pelear por ellas o a viajar a cualquier lugar del Gran Mar Central para ganarse la vida como aventureros o colonos.
El oro shamirio sobre la mesa procuró al tirano de Dam Samscu un numeroso contingente, dirigido por el general mercenario Eumenes "el Alado". Aquello se convirtió pronto en una escalada militar: enviados de Qart Tamar y Atem navegaron hasta Nisia para reclutar sus propios contingentes mercenarios.
La guerra siguió el curso habitual, con escaramuzas de pequeños grupos de guerreros shamirios en los bosques de cedros, pero los mercenarios nisios se hicieron pronto con el control efectivo del río, participando en auténticas batallas campales en las llanuras aluviales. Esta nueva dimensión del conflicto habría terminado por arrasar la región a no ser por un inesperado suceso de raíces económicas.
Las aparentemente interminables riquezas de Atem comenzaron a agotarse, por lo que el rey-sacerdote decidió gravar con un impuesto la entrada en los templos. Esta decisión generó numerosas protestas y disturbios, con lo que el soberano se vio entre la espada y la pared, al tener que hacerse cargo de la soldada de sus cada vez más numerosos mercenarios. Informado de estas circunstancias, Nicómaco, general de las fuerzas nisias al servicio de Atem se presentó ante el rey-sacerdote con una propuesta: él mismo adelantaría el sueldo de sus hombres, a cambio solicitaba el matrimonio con la princesa. Reluctante, pero acuciado por los crecientes desórdenes, el rey-sacerdote aceptó el acuerdo. Los impuestos se relajaron y las protestas se tornaron en algarabía por las próximas nupcias reales.
Aquel feliz acuerdo pronto dio un giro siniestro. Durante la noche de bodas, cuando el repiqueteo de timbales y el hipnótico sonido de pífanos y cítaras se había silenciado casi al rayar el alba, en plan de Nicómaco se puso en marcha. Sus oficiales habían simulado divertirse y estar tan bebidos como el resto de invitados, pero en realidad habían estado rebajando el vino con abundante agua, fingiendo seguir la tradición nisia. En el momento acordado los hombres de Nicómaco se levantaron de sus lechos, acudieron a las cocinas, donde los soldados habían escondido numerosas armas, y llevaron a cabo una masacre en el palacio real. El rey-sacerdote, los príncipes reales y toda la nobleza local fue ejecutada antes de que pudiesen darse cuenta de qué estaba sucediendo.
Nicómaco actuó rápido esa misma mañana: se proclamó señor de Atem y envió mensajeros a Qart Tamar y Dam Samscu invitando a los mercenarios a unirse al ejército del nuevo reino nisio de Shamiria. Los soldados sería generosamente recompensados con oro y tierras, mientras que los estrategos de las dos ciudades rivales recibirían el título de gobernadores si aceptaban la hegemonía del rey Nicómaco, entroncado con la realeza shamiria a través del matrimonio con su esposa.
A la vecina Qart Tamar la noticia llegó pronto, y el general Estratón orquestó un rápido golpe de estado poniéndose a las órdenes de Nicómaco, pero el caso de Dam Samscu fue muy diferente.
Un grupo de soldados de Dam Samscu interceptó a un mensajero nisio que cabalgaba hacia la ciudad para llevar la oferta a Eumenes. Informado de estas circunstancias, el tirano de Dam Samscu ideó un plan para evitar correr el destino de las otras dos urbes shamirias: en un plazo de una semana llevaría a cabo un acto en el anfiteatro real de Dam Samscu en el que oficiaría el ritual de las higueras, con el que los nisios dan la bienvenida al otoño. Una vez todos los mercenarios estuviesen reunidos en el edificio las puertas serían bloqueadas y se prendería fuego al lugar.
Aquello habría supuesto el fin para los nisios, pero la fortuna jugó a su favor. Entre los hombres que detuvieron al mensajero se encontraba Kansbar, quien fuese traductor al servicio de Eumenes y, posteriormente, amante de este. Advertido por su fiel Kansbar el general nisio actuó rápidamente y, tras una apresurada reunión con sus oficiales, ideó una estratagema. Quedaban aun cuatro días para el ritual de las higueras, pero actuarían la próxima noche, cuando el tirano de Dam Samscu aun se sentía confiado. Eumenes posicionó a sus hombres en varios puntos estratégicos de la ciudad, y antes de que llegara la medianoche su plan de huida se puso en marcha. En primer lugar un pequeño grupo de mercenarios asesinó a los guardias de las puertas haciéndose con el control de estas sin que dieran ninguna alarma. En esos mismos momentos un nutrido grupo de soldados se hizo con el puerto y prendió fuego a las naves. Los gritos y el caos se extendieron por la ciudad y, cuando el cuerpo de guardia abandonaba el palacio para intentar descubrir la razón de tanto estrépito, el grueso de los hombres de Eumenes los eliminaron en una emboscada callejera. Aprovechando esta circunstancias se internaron en el complejo palaciego y, al igual que habían hecho en el puerto, prendieron fuego a las caballerizas reales.
El caos fue total en Dam Samscu y pocos fueron los que en esos primeros momentos se percataron de que todo el contingente mercenario abandonaba la ciudad por la puerta occidental, alejándose de Atem y Qart Tamar, lugares que los shamirios considerarían su ruta de huida natural. Los nisios cortaron las cadenas y bloquearon los portones al tiempo que escapaban hacia poniente en pos de las estribaciones meridionales de las Montañas de la Luna, llevando con ellos a sus esposas, amantes y jóvenes familias. El tirano de Dam Samscu se dio cuenta rápidamente de lo que había sucedido, pero no pudo hacer uso de sus fuerzas hasta dos días más tarde, momento en el que ordenó una salvaje persecución. Los hombres de Eumenes contaban con esa ventaja, pero pronto se vieron alcanzados por las tropas ligeras shamirias, y las escaramuzas continuaron durante semanas, hasta que las montañas dieron paso a una antigua tierra conocida como Vieja Tokhar. Al llegar a aquel lugar los soldados shamirios se detuvieron, gesticulando y recitando versos para alejar las maldiciones, y se negaron a continuar.
En el libro conocido como "La Odisea de Otoño", el propio Eumenes narra todos aquellos acontecimientos hasta que en lo más recóndito de occidente, detuvieron por fin su terrible huida y, junto a las orillas de un gran lago, fundaron una ciudad a la que llamaron Ostraka.
Los hombres del tirano se detuvieron tanto por antiguas supersticiones, como por la necesidad de regresar a su ciudad para prepararse para una nueva guerra. Esta no fue tan larga como hubiera cabido esperar, y los nisios parecieron conformarse con las ricas tierras del Aguas Negras. La situación se estabilizó y se estableció la Dinastía Nicómida. Este nuevo periodo supuso más una renovación de élites que el cambio radical que muchos anunciaban. Los señores nisios formaron una nueva casta dominante que a penas tenía contacto con el populacho shamirio, por lo que el modo de vida de estos, así como su cultura y tradiciones, a penas experimentaron cambios. Es más, a lo largo de estos más de ocho siglos, los sucesivos reyes Nicómidas fueron "occidentalizándose", dando lugar a un peculiar sincretismo tanto cultural como religioso.
La religión shamiria parece girar en torno a dos personajes: la pareja sagrada de Eilram y Tasmit.
Eilram es el señor del bosque de cedros. Se le representa como un hombre gigantesco, vestido con pieles y armado con un gran garrote. Junto a él vive Tasmit, señora de la luz de las estrellas, de donde descendió, prendada de amor por el apuesto coloso. Ambos disfrutaban de una feliz existencia en una tierra de abundancia, contemplando cada noche el resplandor de los astros entre el ramaje de los cedros.
Pero aconteció que un día Tasmit escuchó unos terribles lamentos y lloros desgarrados y, llevando con ella a Eilram, ambos emergieron de entre los árboles frente a un gran río. Allí vieron a unas pequeñas criaturas, semejantes a ellos mismos, pero de menor tamaño y con ojos carentes de brillo. Eran estos seres los que se lamentaban, encogidos bajo los látigos de otros personajes de abominable aspecto y aires serpentinos, que los atormentaban haciéndoles trabajar para ellos como esclavos. La visión resultó despreciable para la pareja al contemplar el injusto padecimiento de estos hombres y Eilram se sintió invadido de una ira homicida. Espoleado por tan poderosa pasión Eilram arrancó un árbol y, blandiéndolo como una maza, cargó contra los ofidios aplastándolos no tanto por su titánica fuerza, como por su salvaje rabia. Pero pronto las criaturas serpentinas parecieron recomponerse de la sorpresa inicial, y acosaron en grandes grupos a Eilram, hiriéndolo con su ponzoña.
Al ver lo que ante ella acontecía Tasmit dirigió su mirada a los cielos y llamó a las estrellas para pedir su ayuda. Y el poder de su voz y la urgencia de su solicitud eran tan grandes a causa del profundo amor que sentía por Eilram que uno de los astros atendió a su llamada. Esta estrella pareció precipitarse, cada vez más rápido, para luego hacerse más y más grande en el firmamento, hasta formar un astro más extenso que un millar de estrellas juntas. Las tinieblas se retiraron y la luz lo invadió todo, y las criaturas ofídicas se encogieron aterrorizadas y huyeron. Corrieron gritando presas del más intenso pavor hasta los confines del mundo, hasta cañadas oscuras y cuevas tenebrosas que se adentraban en las entrañas de Nemus, para nunca jamás abandonarlas, derrotados por Tasmit y su estrella, a la que los hombres llamaron sol.
Eliram y Tasmit rompieron las cadenas de los hombres y les dieron las palabras, y donde había gemir y llanto hubo canciones e historias. Durante toda una era Eilram y Tasmit vivieron junto a los hombres, hasta que el llegó el día en que hubieron de despedirse de ellos y se adentraron para siempre en los bosques de cedros.
Ok, me gusto, mucho.
ResponderEliminarGracias, José :)
Eliminar¡Qué ganas tenía de que volviera Nemus!
ResponderEliminarMuchas gracias, Endakil
Gracias, Borja ;)
EliminarYa echaba de menos a Nemus. Y bonito apunte para una raza de pérfidos hombres-serpiente (que los de ghost archipielago vienen de lujo) :D
ResponderEliminarPuede ser una buena forma de representarlos. Aunque quién sabe si criaturas así seguirán habitando algún lugar en la actualidad ;)
EliminarEso justificaría un nivel de desapariciones inexpicables en zonas donde es más alto que la media en Nemus O.o
EliminarAún hay muchísimos rincones de los que hablar en algún momento ;)
EliminarEsperemos saber algunas cosillas más de los Hombres Serpiente en el futuro ;-)
EliminarLa ilustración de los hoplitas en marcha, con el jinete de la capa azul, es cremita pura.
"¡Por las barbas de Eilram!" podría ser una estupenda e inmersiva frase hecha.
¡Por las barbas de Eilram y los ojos de Tasmit!
EliminarEl proceso de búsqueda de imágenes apropiadas tiene lo suyo y lleva su tiempo, pero la carga inspiradora también aporta mucho.
Brutal como siempre! Me encanta Nemus la verdad, siempre es una delicia conocer más rincones. Si que he visto que con el tiempo, o al menos últimamente estás más centrado en civilizaciones o naciones más pseudo-históricas que directamente fantásticas (elfos, enanos, orcos, etc).
ResponderEliminarSaludos!
Muchas gracias, Valthaer.
EliminarSupongo que es un tópico general en la fantasía que, mientras los humanos suelen tener varias culturas, las razas fantásticas dan un solo perfil. De todas formas cabe alguna sorpresilla en el futuro ;)