Aurius II convocó a los reinos vasallos norteños y,
poniéndose al frente de sus propias fuerzas del ejército regular del
gobernador, se encaminó hacia las tierras bañadas por el Lundum.
Enardecido por las fáciles victorias de sus Iotingas sobre las guarniciones de los reyezuelos de la zona Vortus acampó al norte del gran meandro invitando a su hermano a batallar.
Eran ya los últimos días del verano cuando ambos hermanos se encontraron sobre el campo de batalla. Tras pasar toda su infancia en la corte de Atrebatia Vortus sabía que el ejército del gobernador desplegaría colocando en el centro de sus líneas a la Familia: jóvenes nobles equipados con las mejores armaduras que el Imperio había dejado en el país (además de las voluntariosas reproducciones de los herreros locales). A ambos flancos se colocarían los lanceros de los reinos norteños. Vortus colocó a sus Iotingas en el flanco izquierdo; su plan consistía en desbaratar a los lanceros de las milicias que se les opusieran y rodear a la Familia cayendo sobre su derecha, causándoles grandes estragos en su lado más vulnerable. Mientras sus propias milicias del flanco derecho se opondrían a sus pares, mientras que el centro rehusaría el combate hasta que la Familia estuviese trabada con los Iotingas.
Aquel intempestivo día de Septiembre había estado cuajado de abundantes aguaceros y el cielo permanecía encapotado en ominosa oscuridad. Ante los hombres de Vortus se desplegó el ejército del norte tal como este había predicho, lo que aumento la moral y la confianza entre sus tropas. Las últimas órdenes se impartieron con rapidez exhortando a sus tropas a abatirse sobre la Familia con todo el brío, en la certeza de que Aurius II estaría allí y su muerte o captura supondría que toda Atrebatia se abría ante Vortus.
Como respondiendo a los toques de cuerno que señalaban el inicio del avance los cielos se estremecieron con un bramar de truenos y una densa lluvia se arremolinó sobre el campo de batalla. Con los rostros chorreantes ambas líneas se precipitaron una contra la otra. Pero cuando los Iotingas se aproximaban a los lanceros del flanco derecho norteño estos comenzaron a retroceder. Los marcemanios rugieron y aumentaron el paso, mientras que el centro del ejército de Vortus se había detenido tal como estaba planeado, pero desconcertados ahora ante el devenir de los acontecimientos. El propio Vortus, situado entre ambos puntos se desgañitaba intentando hacerse oír entre la tormenta mientras sus mercenarios se alejaban perdiéndose entre una cortina de agua.
El flanco derecho sureño estaba ya en combate cerrado con sus equivalentes norteños, aunque la situación parecía tan estática como la que mantenían el centro y las tropas de la Familia, que permanecían firmes en sus posiciones.
De pronto todo pareció convertirse en un auténtico caos. Un puñado de Iotingas aparecieron en el campo visual del general. Huían en desorden. Sus escudos abandonados para facilitar la carrera. El pánico reflejado en sus rostros. Y, tras ellos, lo que parecía el tronar de la tormenta, aparecieron caballos. Caballos acorazados a la manera de los últimos días del Imperio. Y jinetes. Jinetes terribles. Cubiertos de metal. Algunos de ellos con espeluznantes máscaras que les cubrían los rostros.
Sobreponiéndose a su propia sorpresa Vortus corrió hacia la zona donde los Iotingas llegaban en desbandada. Gritaba órdenes. Se desgañitaba lanzando insultos. Intentaba futilmente agarrar y retener a los hombres que pasaban más cerca. Y fue uno de estos quien, en su desesperado afán por alejarse de los jinetes hundió en su cuello una larga daga.
Aunque la caída de Vortus supuso el fin definitivo de sus peligrosas aspiraciones, se dice que su hermano nunca se repuso del todo. Su carácter se ensombreció e incluso la relación con su esposa se enfrío hasta hacerse evidente ante todos. Como el soldado que, engullido por las atrocidades de la guerra, se refugia en una acción mecánica como afilar incesantemente su espada, así también Aurius II volcó todo su tiempo y obsesiva fijación en la reordenación y la mejora de los ejércitos atrabatios. Tal fue su determinación que declaró extinto el título de gobernador y se designó a sí mismo como Señor de Guerreros, la forma política en que, como caudillo militar, ejercería su poder a partir de entonces.
Aunque la fratricida batalla hubiese puesto fin a un siniestro devenir para el destino de Atrebatia, los reinos del sur habían quedado seriamente diezmados y los Iotingas cruzaban con insolencia el Lundum cuando les venía en gana... aunque poco más se encontraran que campos desolados y granjas abandonadas.
Aurius II se demostró a sí mismo que aquellas pesadas bardas y las largas lanzas que había sacado de húmedas armerías y que había ordenado pulir con esfuerzo habían resultado útiles. Así pues continuó dotando a Atrebatia de un ejército digno de su nombre según las costumbres y ordenación del Antiguo Imperio.
Más centrado en los asuntos militares que en la administración de la tierra Aurius II encontró una muerte digna de un guerrero como él durante la campaña contra los orcos que se habían enseñoreado del Bosque Peligroso.
Unos pocos meses
después de su fallecimiento Igratia trajo al mundo a un varón al que dio
el nombre de Ursus. Las especulaciones le acompañaron desde el primer
día, ya que muchos señalaban (incluso públicamente) que la relación
entre Aurius e Igratia era poco más que algo nominal durante los últimos
años y que aquel niño tenía otro padre. Pronto las teorías más morbosas
y escabrosas comenzaron a tomar protagonismo.
El futuro de Ursus se oscureció aun más cuando, contando este con tres años, Igratia sufrió un accidente que le costó la vida. Cuando la guardia fue en busca del niño para entronizarlo como Señor de Guerreros este había desaparecido.
Pero Ursus no había sido asesinado y su cuerpo ocultado, tal como era el pensamiento más extendido. Y es que Tectus, quien fuese portaestandarte de Aurius II, habiendo entendido con prontitud que Igratia debía haber sido asesinada, tomó al niño y marchó a sus tierras.
Durante el caos que siguió al fin de la dinastía que había gobernado Atrebatia desde los días del Antiguo Imperio Tectus llevó a Ursus a sus tierras, lo presentó ante sus nobles como Rigotham, el huérfano de unos parientes lejanos, y lo tomó como mozo de cuadras y, posteriormente, como escudero de su propio hijo. Educándolo tanto en las ciencias como en el oficio de las armas. Él mismo se ocuparía de entrenarlo como un héroe de tiempos pretéritos , mientras que el maestro Eryr se esforzaba en educar al joven en la sabiduría de antaño.
Tras la muerte del hijo de Tectus en una campaña contra los Iotingas este proclamó a Rigotham como su heredero, poniéndolo al mando de sus hombres ahora que sus fuerzas no le permitían continuar guerreando.
Rigotham continuó la campaña que había iniciado el hijo de Tectus y derrotó a los Iotingas en la Batalla de Beadham, causándoles cuantiosas bajas.
Posteriormente respondió a la llamada de auxilio de los habitantes de Ludicia, que padecían bajo la tiranía de Ordolaco, el rey marcemanio que dominaba aquella región.
Sus numerosas batallas a ambos lados del Mar Gris han convertido al Rigotham en una leyenda en vida. Señor ahora del reino de Damania tras la muerte de Tactus, muchos ven en él al Señor de Guerreros que tantos desearían. Tal vez incluso al futuro rey de Atrebatia. Incluso, para algunos ludicios, aquel que podría estar llamado a alzar al Antiguo Imperio. Él, un simple huérfano hecho a sí mismo para sus compatriotas. Y mucho más que eso para el maestro Eryr, guardián del secreto de su origen.
Ahora Atrebatia está en la encrucijada.
Enardecido por las fáciles victorias de sus Iotingas sobre las guarniciones de los reyezuelos de la zona Vortus acampó al norte del gran meandro invitando a su hermano a batallar.
Eran ya los últimos días del verano cuando ambos hermanos se encontraron sobre el campo de batalla. Tras pasar toda su infancia en la corte de Atrebatia Vortus sabía que el ejército del gobernador desplegaría colocando en el centro de sus líneas a la Familia: jóvenes nobles equipados con las mejores armaduras que el Imperio había dejado en el país (además de las voluntariosas reproducciones de los herreros locales). A ambos flancos se colocarían los lanceros de los reinos norteños. Vortus colocó a sus Iotingas en el flanco izquierdo; su plan consistía en desbaratar a los lanceros de las milicias que se les opusieran y rodear a la Familia cayendo sobre su derecha, causándoles grandes estragos en su lado más vulnerable. Mientras sus propias milicias del flanco derecho se opondrían a sus pares, mientras que el centro rehusaría el combate hasta que la Familia estuviese trabada con los Iotingas.
Aquel intempestivo día de Septiembre había estado cuajado de abundantes aguaceros y el cielo permanecía encapotado en ominosa oscuridad. Ante los hombres de Vortus se desplegó el ejército del norte tal como este había predicho, lo que aumento la moral y la confianza entre sus tropas. Las últimas órdenes se impartieron con rapidez exhortando a sus tropas a abatirse sobre la Familia con todo el brío, en la certeza de que Aurius II estaría allí y su muerte o captura supondría que toda Atrebatia se abría ante Vortus.
Como respondiendo a los toques de cuerno que señalaban el inicio del avance los cielos se estremecieron con un bramar de truenos y una densa lluvia se arremolinó sobre el campo de batalla. Con los rostros chorreantes ambas líneas se precipitaron una contra la otra. Pero cuando los Iotingas se aproximaban a los lanceros del flanco derecho norteño estos comenzaron a retroceder. Los marcemanios rugieron y aumentaron el paso, mientras que el centro del ejército de Vortus se había detenido tal como estaba planeado, pero desconcertados ahora ante el devenir de los acontecimientos. El propio Vortus, situado entre ambos puntos se desgañitaba intentando hacerse oír entre la tormenta mientras sus mercenarios se alejaban perdiéndose entre una cortina de agua.
El flanco derecho sureño estaba ya en combate cerrado con sus equivalentes norteños, aunque la situación parecía tan estática como la que mantenían el centro y las tropas de la Familia, que permanecían firmes en sus posiciones.
De pronto todo pareció convertirse en un auténtico caos. Un puñado de Iotingas aparecieron en el campo visual del general. Huían en desorden. Sus escudos abandonados para facilitar la carrera. El pánico reflejado en sus rostros. Y, tras ellos, lo que parecía el tronar de la tormenta, aparecieron caballos. Caballos acorazados a la manera de los últimos días del Imperio. Y jinetes. Jinetes terribles. Cubiertos de metal. Algunos de ellos con espeluznantes máscaras que les cubrían los rostros.
Sobreponiéndose a su propia sorpresa Vortus corrió hacia la zona donde los Iotingas llegaban en desbandada. Gritaba órdenes. Se desgañitaba lanzando insultos. Intentaba futilmente agarrar y retener a los hombres que pasaban más cerca. Y fue uno de estos quien, en su desesperado afán por alejarse de los jinetes hundió en su cuello una larga daga.
Aunque la caída de Vortus supuso el fin definitivo de sus peligrosas aspiraciones, se dice que su hermano nunca se repuso del todo. Su carácter se ensombreció e incluso la relación con su esposa se enfrío hasta hacerse evidente ante todos. Como el soldado que, engullido por las atrocidades de la guerra, se refugia en una acción mecánica como afilar incesantemente su espada, así también Aurius II volcó todo su tiempo y obsesiva fijación en la reordenación y la mejora de los ejércitos atrabatios. Tal fue su determinación que declaró extinto el título de gobernador y se designó a sí mismo como Señor de Guerreros, la forma política en que, como caudillo militar, ejercería su poder a partir de entonces.
Aunque la fratricida batalla hubiese puesto fin a un siniestro devenir para el destino de Atrebatia, los reinos del sur habían quedado seriamente diezmados y los Iotingas cruzaban con insolencia el Lundum cuando les venía en gana... aunque poco más se encontraran que campos desolados y granjas abandonadas.
Aurius II se demostró a sí mismo que aquellas pesadas bardas y las largas lanzas que había sacado de húmedas armerías y que había ordenado pulir con esfuerzo habían resultado útiles. Así pues continuó dotando a Atrebatia de un ejército digno de su nombre según las costumbres y ordenación del Antiguo Imperio.
Más centrado en los asuntos militares que en la administración de la tierra Aurius II encontró una muerte digna de un guerrero como él durante la campaña contra los orcos que se habían enseñoreado del Bosque Peligroso.
Ilustración de Jon Hodgson |
El futuro de Ursus se oscureció aun más cuando, contando este con tres años, Igratia sufrió un accidente que le costó la vida. Cuando la guardia fue en busca del niño para entronizarlo como Señor de Guerreros este había desaparecido.
Pero Ursus no había sido asesinado y su cuerpo ocultado, tal como era el pensamiento más extendido. Y es que Tectus, quien fuese portaestandarte de Aurius II, habiendo entendido con prontitud que Igratia debía haber sido asesinada, tomó al niño y marchó a sus tierras.
Durante el caos que siguió al fin de la dinastía que había gobernado Atrebatia desde los días del Antiguo Imperio Tectus llevó a Ursus a sus tierras, lo presentó ante sus nobles como Rigotham, el huérfano de unos parientes lejanos, y lo tomó como mozo de cuadras y, posteriormente, como escudero de su propio hijo. Educándolo tanto en las ciencias como en el oficio de las armas. Él mismo se ocuparía de entrenarlo como un héroe de tiempos pretéritos , mientras que el maestro Eryr se esforzaba en educar al joven en la sabiduría de antaño.
Tras la muerte del hijo de Tectus en una campaña contra los Iotingas este proclamó a Rigotham como su heredero, poniéndolo al mando de sus hombres ahora que sus fuerzas no le permitían continuar guerreando.
Rigotham continuó la campaña que había iniciado el hijo de Tectus y derrotó a los Iotingas en la Batalla de Beadham, causándoles cuantiosas bajas.
Posteriormente respondió a la llamada de auxilio de los habitantes de Ludicia, que padecían bajo la tiranía de Ordolaco, el rey marcemanio que dominaba aquella región.
Sus numerosas batallas a ambos lados del Mar Gris han convertido al Rigotham en una leyenda en vida. Señor ahora del reino de Damania tras la muerte de Tactus, muchos ven en él al Señor de Guerreros que tantos desearían. Tal vez incluso al futuro rey de Atrebatia. Incluso, para algunos ludicios, aquel que podría estar llamado a alzar al Antiguo Imperio. Él, un simple huérfano hecho a sí mismo para sus compatriotas. Y mucho más que eso para el maestro Eryr, guardián del secreto de su origen.
Ahora Atrebatia está en la encrucijada.
Si me tengo que decidir por una facción humana en Nemus, he aquí la que escogería.
ResponderEliminarY si tuviese que elegir miniaturas: Gripping Beast ;)
EliminarEso podrias hacer, hacer una relacion de marcas recomendadas para cada una de las facciones de nemus, hay algunas que son autoexplicatorias (Los elfos y tal) Pero alguna otras son mas dificiles
EliminarNo es mala idea. Me lo apunto.
EliminarY ahora la leyenda artúrica... no me va a dejar títere con cabeza oiga... :P
ResponderEliminarPero esto te gusta más, ¿eh? ;)
EliminarMundano, sucio, mojado y brutal. Sin bolas de fuego. Mola ^^
ResponderEliminarPero sin ser grimdark, que acaba cansando :P
EliminarA mi me gustaba el Grimdark de hace un par de décadas, que no se tomaba demasiado en serio a sí mismo. Luego quisieron ser tan serios que lo transformaron en Grimdork, la auto-parodia involuntaria que a ratos parece escrita por adolescentes de catorce años (qué demonios, estoy seguro que mucha gente de catorce años es capaz de escribir mejor).
EliminarYo creo que es por la propia naturaleza del género. Uno o dos libros puntuales son un soplo de aire fresco, pero la atmósfera termina cansando por lo opresiva.
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