En los días antiguos, antes incluso del rugido de la Gran Sierpe, se levantó en las tierras del norte el reino de Tír na Fuar. Suaves colinas de verdes lomas se extendían hasta donde alcanzaba la vista, donde los caballos pastaban y los carros corrían vertiginosos. El mar que lo rodeaba era amable y la pesca abundante. Sus minas rebosaban plomo y estaño.
Felices y despreocupadas eran sus gentes, de los que se decía que todas sus guerras eran alegres y todas sus canciones tristes.
Tír na Fuar no era un reino, si no una colección de territorios gobernados por reyezuelos con una cultura común. De entre ellos se elegía un primero entre iguales que recibía el nombre de Alto Rey, pero poco más que un nombre era tal título entre gentes tan independientes y amantes de la libertad.
Quienes vertebraban realmente el país eran los magos-sacerdotes del Nudo Sin Fin. Hasta hoy han llegado sus enseñanzas, que conocemos como la Vieja Tradición. Ellos levantaron enormes piedras y escribieron con glasto sobre ellas en su extraña ortografía. Ellos crearon los calendarios de piedra o de oro que ordenaba los días del año y señalaba cuales eran los propicios para realizar cada una de las labores de la tierra. Ellos eran los maestros y los jueces en Tír na Fuar.
En esa armonía transcurría su vida hasta que llegó la Larga Noche.
Una nube oscura cubrió todo el cielo hasta donde alcanzaba la vista y aun más allá. Las plantas se agostaron y muchos dijeron que el Nudo Sin Fin se había roto. Los comerciantes del pueblo pálido dejaron de llegar a sus tierras, ahora solo se escuchaban terribles historias de las tierras de más allá de los bosques y el mar. Un gran mal había despertado, dijeron, y los hombres debían prepararse para el fin de los días.
El pueblo acudió entonces a los magos-sacerdotes en busca de respuestas, pero no las encontraron. Los grandes calendarios no las preveían. Las piedras que debían marcar equinoccios y solsticios ya no lo hacían porque en los cielos solo había una infinita negrura. ¿Por qué tanto esfuerzo en levantar los monumentos líticos? ¿Por qué no habían previsto este largo invierno? ¿Se había roto realmente el Nudo Sin Fin?
Las respuestas que los magos-sacerdotes no tenían las encontró uno de los señores de Tír na Fuar.
El señor de las tierras de Ilun Luda, famosas por sus minas de plomo, encontró en sus oscuros pozos algo más que el pesado metal que tan rico le había hecho. Un derrumbe que costó la vida a varios mineros dejó al descubierto una sala que llenó de miedo los corazones de los supervivientes. No había en ella la habitual negrura que reinaba en los oscuros salones de las minas, si no una tenue luz azulada que flotaba sobre un afloramiento cristalino que ocupaba el centro de aquel espacio. No era más grande que un cuenco, pero había algo en aquellos cristales que aterró a los curtidos mineros.
El rey de Ilun Luda descendió en persona a aquel lugar y algo extraño sucedió. Pidió que le dejasen solo en aquella sala y allí permaneció durante tres días y tres noches. Nadie se atrevió a bajar a importunarle. Cuando salió de allí resultó a todos evidente que algo en él había cambiado. Sus ojos estaban hundidos, rodeados de oscuras ojeras, su piel pálida, y una inquietante sonrisa demente afloraba en sus labios.
Lo que ocurrió en las tierras de Tír na Fuar entonces es algo de terrible espanto de lo que no hablaremos aquí ni ahora. Pero una aterradora oscuridad descendió sobre aquella tierra. Nadie había en el Páramo Troll que sintiese curiosidad por ellos, y los pueblos del sur estaban sumidos en los tenebrosos días del Largo Invierno, con lo que el comercio quedó interrumpido y las noticias dejaron de llegar.
Cuando, decenios más tarde, un mercader enano buscó reabrir la Ruta del Plomo una vez más lo que descubrió en aquellas tierras llenó a todos de horror.
Cuando los enanos de la caravana cruzaron la línea de piedras firmes que marcaban la frontera de la península de Tír na Fuar la sensación de que algo no iba bien inundó sus corazones. Una espesa niebla cubría el paisaje, acariciaba las colinas, se enroscaba como zarcillos a los menhires que salpicaban aquellas tierras. Era tan espesa que casi podía atraparse y darle forma, y al respirar parecía que hurgaba en el interior de la garganta con dedos fríos. El sol llegaba a aquellas tierras atenuado, como si siempre reinase el más oscuro atardecer invernal.
Aquellos mercaderes no encontraron allí ni un solo lugareño. No quedaban pueblos en pie. Solo los monumentos de piedra que aquellas gentes erigieran. Y túmulos. Todo el paisaje de colinas parecía estar salpicado de ellos. Omnipresentes, ominosos. Sentían como si tras cada umbral hubiese ojos sin vida que les observasen, voces mudas que susurraban sus nombres. Había palabras en la brisa, sombras tras cada piedra.
Y de aquellos expedicionarios enanos solo uno regresó a Drakkaborg.
Nadie había en Tír na Fuar con vida -dijo-, pero sus habitantes aun moraban en aquella tierra. Tír na Marbh la llamó; la Tierra de los Muertos que Hablan. Porque los nobles aun gobernaban sus feudos desde sus túmulos, y sus súbditos se mezclaban con la tierra que habían trabajado y sus huesos se levantaban de las ciénagas y las turberas, fieles a su señores más allá de la vida. Había también cuerpos etéreos que atravesaban el paisaje sin ningún propósito, o que repetían incansablemente una tarea que hubieran realizado en vida.
De los reinos de Tír na Fuar solo quedaron sombras. Y como las sombras se extendieron. Porque aunque su retorcida realidad aterraba el corazón de los hombres, algunos de los más osados o codiciosos se acercaron a la tierra de los túmulos. Aventureros que buscaban oro y riquezas inimaginables en las tumbas de los viejos reyes, y de los que nunca volvía a saberse. Pero también almas atormentadas que se aferraban con desesperación a la vida, o que ansiaban un poder ultramundano y que, en su necedad, confiaban en que Tír na Marbh les rebelase los secretos de la nigromancia.
Algunos de ellos tuvieron éxito. Regresaban con tesoros y animaban a otros a replicar su aventura, aunque estos ya no volvían nunca. Y también -los de más oscuro corazón- llegaban de Tír na Marbh con grandes conocimientos de las artes negras. Estos buscaban lugares apartados y, como tenebrosos ermitaños, aplicaban lo que habían aprendido para perpetuar su existencia rodeados de cortes de servidores no muertos.
De este modo los servidores del liche de Tír na Marbh extendieron la oscuridad por Nemus, como una noche de estrellas negras.
Felices y despreocupadas eran sus gentes, de los que se decía que todas sus guerras eran alegres y todas sus canciones tristes.
Tír na Fuar no era un reino, si no una colección de territorios gobernados por reyezuelos con una cultura común. De entre ellos se elegía un primero entre iguales que recibía el nombre de Alto Rey, pero poco más que un nombre era tal título entre gentes tan independientes y amantes de la libertad.
Quienes vertebraban realmente el país eran los magos-sacerdotes del Nudo Sin Fin. Hasta hoy han llegado sus enseñanzas, que conocemos como la Vieja Tradición. Ellos levantaron enormes piedras y escribieron con glasto sobre ellas en su extraña ortografía. Ellos crearon los calendarios de piedra o de oro que ordenaba los días del año y señalaba cuales eran los propicios para realizar cada una de las labores de la tierra. Ellos eran los maestros y los jueces en Tír na Fuar.
En esa armonía transcurría su vida hasta que llegó la Larga Noche.
Una nube oscura cubrió todo el cielo hasta donde alcanzaba la vista y aun más allá. Las plantas se agostaron y muchos dijeron que el Nudo Sin Fin se había roto. Los comerciantes del pueblo pálido dejaron de llegar a sus tierras, ahora solo se escuchaban terribles historias de las tierras de más allá de los bosques y el mar. Un gran mal había despertado, dijeron, y los hombres debían prepararse para el fin de los días.
El pueblo acudió entonces a los magos-sacerdotes en busca de respuestas, pero no las encontraron. Los grandes calendarios no las preveían. Las piedras que debían marcar equinoccios y solsticios ya no lo hacían porque en los cielos solo había una infinita negrura. ¿Por qué tanto esfuerzo en levantar los monumentos líticos? ¿Por qué no habían previsto este largo invierno? ¿Se había roto realmente el Nudo Sin Fin?
Las respuestas que los magos-sacerdotes no tenían las encontró uno de los señores de Tír na Fuar.
El señor de las tierras de Ilun Luda, famosas por sus minas de plomo, encontró en sus oscuros pozos algo más que el pesado metal que tan rico le había hecho. Un derrumbe que costó la vida a varios mineros dejó al descubierto una sala que llenó de miedo los corazones de los supervivientes. No había en ella la habitual negrura que reinaba en los oscuros salones de las minas, si no una tenue luz azulada que flotaba sobre un afloramiento cristalino que ocupaba el centro de aquel espacio. No era más grande que un cuenco, pero había algo en aquellos cristales que aterró a los curtidos mineros.
El rey de Ilun Luda descendió en persona a aquel lugar y algo extraño sucedió. Pidió que le dejasen solo en aquella sala y allí permaneció durante tres días y tres noches. Nadie se atrevió a bajar a importunarle. Cuando salió de allí resultó a todos evidente que algo en él había cambiado. Sus ojos estaban hundidos, rodeados de oscuras ojeras, su piel pálida, y una inquietante sonrisa demente afloraba en sus labios.
Lo que ocurrió en las tierras de Tír na Fuar entonces es algo de terrible espanto de lo que no hablaremos aquí ni ahora. Pero una aterradora oscuridad descendió sobre aquella tierra. Nadie había en el Páramo Troll que sintiese curiosidad por ellos, y los pueblos del sur estaban sumidos en los tenebrosos días del Largo Invierno, con lo que el comercio quedó interrumpido y las noticias dejaron de llegar.
Cuando, decenios más tarde, un mercader enano buscó reabrir la Ruta del Plomo una vez más lo que descubrió en aquellas tierras llenó a todos de horror.
Cuando los enanos de la caravana cruzaron la línea de piedras firmes que marcaban la frontera de la península de Tír na Fuar la sensación de que algo no iba bien inundó sus corazones. Una espesa niebla cubría el paisaje, acariciaba las colinas, se enroscaba como zarcillos a los menhires que salpicaban aquellas tierras. Era tan espesa que casi podía atraparse y darle forma, y al respirar parecía que hurgaba en el interior de la garganta con dedos fríos. El sol llegaba a aquellas tierras atenuado, como si siempre reinase el más oscuro atardecer invernal.
Aquellos mercaderes no encontraron allí ni un solo lugareño. No quedaban pueblos en pie. Solo los monumentos de piedra que aquellas gentes erigieran. Y túmulos. Todo el paisaje de colinas parecía estar salpicado de ellos. Omnipresentes, ominosos. Sentían como si tras cada umbral hubiese ojos sin vida que les observasen, voces mudas que susurraban sus nombres. Había palabras en la brisa, sombras tras cada piedra.
Y de aquellos expedicionarios enanos solo uno regresó a Drakkaborg.
Nadie había en Tír na Fuar con vida -dijo-, pero sus habitantes aun moraban en aquella tierra. Tír na Marbh la llamó; la Tierra de los Muertos que Hablan. Porque los nobles aun gobernaban sus feudos desde sus túmulos, y sus súbditos se mezclaban con la tierra que habían trabajado y sus huesos se levantaban de las ciénagas y las turberas, fieles a su señores más allá de la vida. Había también cuerpos etéreos que atravesaban el paisaje sin ningún propósito, o que repetían incansablemente una tarea que hubieran realizado en vida.
De los reinos de Tír na Fuar solo quedaron sombras. Y como las sombras se extendieron. Porque aunque su retorcida realidad aterraba el corazón de los hombres, algunos de los más osados o codiciosos se acercaron a la tierra de los túmulos. Aventureros que buscaban oro y riquezas inimaginables en las tumbas de los viejos reyes, y de los que nunca volvía a saberse. Pero también almas atormentadas que se aferraban con desesperación a la vida, o que ansiaban un poder ultramundano y que, en su necedad, confiaban en que Tír na Marbh les rebelase los secretos de la nigromancia.
Algunos de ellos tuvieron éxito. Regresaban con tesoros y animaban a otros a replicar su aventura, aunque estos ya no volvían nunca. Y también -los de más oscuro corazón- llegaban de Tír na Marbh con grandes conocimientos de las artes negras. Estos buscaban lugares apartados y, como tenebrosos ermitaños, aplicaban lo que habían aprendido para perpetuar su existencia rodeados de cortes de servidores no muertos.
De este modo los servidores del liche de Tír na Marbh extendieron la oscuridad por Nemus, como una noche de estrellas negras.
Me encantan este tipo de historias siniestras :)
ResponderEliminarMuahahaha... De hecho estuve esperando a un día lluvioso para escribir esto más inspirado y con mayor cercanía de ánimo :)
EliminarEl sábado todo un tratado sobre no muertos. Estad atentos.
Teniendo en cuenta que estoy esbozando ahora mismo un relato con vampiresa y ghouls de por medio, procuraré estar más que atento :P
EliminarVampiros y ghouls precisamente no los toco. Como te comenté quedan reducidos a algo anecdótico para aquellos a quienes les gusten.
EliminarLo que sí habrá será mucho tema en torno a los tumularios y amigos.
Mola, los tumularios son los grandes olvidados y a mi parecer personal mucho más "realistas" trasfondísticamente que otros tipos de No Muertos. La idea de guardianes de tumbas para toda la eternidad o guerreros no muertos siempre tiene mucho gancho.
EliminarPues atentos el sábado. Habrá ración generosa de tumularios y sus orígenes míticos ;)
EliminarServidor tiene por ahí un nigromante, un tumulario y un rey espectral de Bones esperando pintado así que cualquier inspiración será bienvenida :D
EliminarQuizás tengamos los mismos modelos ;)
EliminarMuy guapo este relato, a este paso acabaras sacando un libro de Nemus xd, por cierto ¿lo de el rey de iIun Luda esta relacionado con lo de Napoleón el la gran piramide? felicidades por el curro
ResponderEliminarPues no, pero ahora que lo mencionas quizás sea de esas cosas que -como conté- uno tiene atesoradas y deja salir de manera inconsciente
EliminarLibro sobre Nemus... bueno, veremos ;)
Creo que haces mal en apartar a los vampiros. Son un eje de nuestra cultura, con multitud de facetas explotables. Siempre que pienso en ellos, me acuerdo del Retrato de Dorian Grey.
ResponderEliminarY al parecer tenemos piedra bruja en nemus, o va a ser más una presencia atrapada en un cristal? Quiza se relacione con los grandes males de las profundidades de los Drow?
No es que destierre a los vampiros, hay lugar para quien le gusten. Pero no quiero darles una presencia importante. Para que te hagas una idea sería comparable a su presencia en la Tierra Media, que los hay, aunque poco conocidos.
EliminarTal vez esos cristales tengan una relación extraplanar. Hasta aquí sé y hasta aquí puedo leer ;)
Excreciones de gusanos gigantes extraplanarios. I control the crystal, I control the multiverse!! XD
EliminarExtraplanares, no extraplanetarios :D
EliminarQué buena pinta tiene este mundo de Nemus! Se nota tu gusto por los tumularios y debo alabarte por ello. Sobre el tema de los Vampiros... Pues si dejas la puerta abierta a su existencia y demás, con un toque de ambigüedad (para que cada uno se curre el trasfondo) pues mejor que mejor.
ResponderEliminarGracias :)
EliminarLos vampiros no estarán en la "trama principal" -por así decirlo-, pero sí existirán puertas abiertas para quienes les gusten. Yo soy más de tumularios y liches, se nota ^^
Yo soy también más de tumularios y liches. ¿que tal caballeros nigromantes como Arthas antes de convertirse en Lich king?
ResponderEliminarEnhorabuena por la historia!
El diseño de los caballeros de la muerte están muy ligados al trasfondo específico de Warcraft.
EliminarPero unos antipaladines tendrían perfecta cabida ;)
Me encantan. Yo también soy más de tumularios y liches que de Vampiros. Infinitamente más. Creo que para una de las listas de ejército que más me gustó para warhammer, fue la que en 6ª salió de los Tumulos de Athel Loren, para estar comandada por Heinrich Kemler (pero que yo usaba sin el) Es la imagen de ejército no muerto que más me atrae con diferencia.
ResponderEliminarVa a resultar que no a todos nos gustan los vampiros y los hombres-lobo, como Hollywood y las editoriales parecen pensar :)
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