Los días de mayor gloria de las ciudades enanas coincidieron con el auge del orco.
En los frondosos bosques que se extienden a ambos lados del caudaloso Cola de Sierpe las tribus orcas comenzaron a ser unificadas. Hasta entonces su población y su fuerza había quedado limitada por su propia belicosidad, que les impulsaba a guerrear unos contra otros, sin que ninguna tribu llegase a imponerse sobre otra.
Todo cambió cuando Gulargh Bork se alzó como señor del clan de los Cabezas Rojas después de asesinar salvajemente al anterior líder. Gulargh y Mar-Madrak, el chamán del clan, iniciaron una rápida y brutal campaña contra otros clanes. Cada clan derrotado era sometido y unido a la creciente horda de Gulargh hasta que logró lo inimaginable: unificar a todos los clanes orcos.
Mar-Madrak caminaba tras él y clamaba a los cuatro vientos que Gulargh era El Unificador, aquel que según las leyendas abriría las puertas a la Era del Orco. ¿Por qué pelear entre ellos por migajas y desperdicios, pugnar por unos palmos más de tierra o disputarse exiguas piezas de caza? No, el mundo era el límite, las otras razas débiles y el poder absoluto la justa correspondencia para la raza orca.
¿No habían sometido acaso a los trasgos que ahora les servían como esclavos? Ese era el destino de los otros pueblos. O la aniquilación. Esa decisión sería la única que les correspondería.
Los hornos rugieron, las forjas trabajaron día y noche, y una inmensa horda avanzó hacia el este y el norte. Hacia las tierras de los enanos de Altosmontes, cuyas riquezas causarían solaz a Gulargh y formarían el primer botín para sus lugartenientes.
Las primeras conquistas fueron fáciles: pequeños asentamientos enanos, campamentos madereros y granjas. Aquellas incursiones de inusual audacia despertaron la inquietud en el Consejo de Ainborg, que levantó en armas a la fortaleza y envió a su ejército al encuentro de los orcos.
Inquieto por las posibles consecuencias de enfrentarse a una fortaleza enana al completo, y lo que una derrota causaría entre los clanes orcos, Mar-Madrak convenció a Gulargh para que cambiase su objetivo y siguiese el Cola de Sierpe hasta el mar, donde se alzaba la ciudad de Boca de Agua, el gran puerto comercial que daba salida a las riquezas enanas al Gran Mar Central.
Algunas fuerzas de trasgos fueron dejadas para entretener a los enanos, mientras que el grueso del ejército orco volvió sobre sus pasos y se dirigió a marchas forzadas hacia el sudoeste.
Boca de Agua era una ciudad de pequeño tamaño, constreñida por sus murallas. La mayor parte de la población intramuros consistía en almacenes y delegaciones comerciales, por lo que estaba rodeada de multitud de casas y granjas. Todos aquellos que nada pudieron hacer cuando la horda orca salió de los bosques en mitad de la noche, protegidos por los hechizos de sombras de Mar-Madrak.
La Noche de la Gran Pira fue como llamaron los enanos a lo que aconteció aquel día. Boca de Agua quedó reducida a rescoldos humeantes, mientras los orcos peleaban entre ellos por el botín y saciaban su sed con cerveza enana. Algunos barcos de otros pueblos lograron escapar antes del desastre, pero ningún defensor enano sobrevivió a esa jornada.
Cuando las noticias llegaron a Altosmontes los corazones de los enanos se encendieron con ira. Se convocó el Alto Consejo y nadie hubo en él que hablase de paz o de respuestas meditadas. Todas las fuerzas de las fortalezas fueron convocadas. Todos se armaron y se cubrieron de metal. Y todos marcharon hacia el sudeste. Jamás en la historia del mundo se vio un ejército enano como aquel. Guerreros y granjeros, artesanos y tejedoras, jóvenes y ancianos. Todos ellos marcharon con los corazones en llamas y los pechos reverberando con antiguas y terribles canciones de guerra y venganza.
Las tribus de trasgos que habían quedado para proteger la retaguardia huyeron sin mirar atrás y los ejércitos enanos recorrieron el Cola de Sierpe sin encontrar más oposición que los pocos habitantes que habían quedado en los dispersos poblados orcos. Todos ellos fueron destruidos. Sin compasión. Y tan concienzudamente como solo un enano es capaz de hacer su trabajo. Ningún orco escapó de las hachas enanas, y las murallas y las piedras de clan de los orcos quedaron reducidas a polvo bajo los martillos.
Tras semanas de incansable marcha los enanos por fin tuvieron al alcance de su vista las ruinas de Boca de Agua en la lejanía.
Gulargh y Mar-Madrak sabían del avance enano hacía varios días y convencieron a las tribus del más osado de los planes: aprovechar la ocasión para exterminar a todo el pueblo enano ahora que el tejón -dijeron- había abandonado su madriguera.
Gulargh desplegó a todos sus guerreros en una inabarcable línea. Aprovecharía su inmenso número para envolver los enanos. Encerrarlos en una gran bolsa para asfixiarlos y matarlos un por uno.
Los campeones de los clanes ocuparon el centro, cubiertos por sus bestiales armaduras, tachonadas ahora de restos de armaduras enanas saqueadas. A sus lados los guerreros tribales y, hacia los extremos, tropas peor armadas y equipadas. En los flancos se desplegaron a los esclavos trasgos y -ocultos entre los bosques lejos de Bocas de Agua- sus jinetes de huargo, que deberían aprovechar su velocidad para rodear al enemigo y ahogar bajo su número sus máquinas de guerra, antes de volver grupas y cerrar la letal trampa que Gulargh y Mar-Madrak habían confeccionado.
Dicen las máximas militares que ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo. El plan de Gulargh y Madrak no sobrevivió a la mera visión del ejército enano.
No había máquinas allí, solo habrían servido para ralentizar su marcha. No había allí grandes balistas ni catapultas. Solo enanos y metal. Y una ira llameante que los impulsaba con una determinación asesina. Los orcos no cargaron contra las habituales trincheras enanas, si no que se encontraron avanzando hacia un rugiente muro que corría hacia ellos en medio de terribles voces.
Los jinetes trasgos y aquellos de sus congéneres que combatían a pie abandonaron sus posiciones y cruzaron desesperadamente el río, o se perdieron entre los árboles. ¿Por qué inmolarse junto aquellos que los habían esclavizado y obligado a luchar en guerras que no eran suyas?
Solos quedaron los ejércitos del orco. Y aun algunos de los que guardaban los flancos que los trasgos habían desguarnecido sintieron flaquear su ánimo y empezaron a dispersarse quedamente al principio, y con desesperada premura finalmente.
Cuando ambos frentes chocaron se oyó un ruido como si las mismas montañas impactasen contra la tierra. Gritos espeluznantes, juramentos terribles, el aterrador e inconfundible sonido de huesos quebrándose, el choque del metal contra metal como en una forja infernal.
El Cola de Sierpe se cubrió de rojo y se dice que a algunas de las islas próximas llegó aquel día una marea de sangre. Los orcos que no siguieron a los trasgos en su huida fueron aniquilados hasta el último de ellos y sus cuerpos quemados en enormes piras, donde los restos de Gulargh y Madrak fueron echados sin distinguirlos del más miserable de sus lacayos. Una vez consumida la descomunal pira varios días después los restos fueron sometidos al ritual del olvido. Trabajando sin descanso los enanos martillearon los restos hasta convertirlos en fino polvo y lo lanzaron a los cuatro vientos. La venganza quedó satisfecha y los enanos regresaron a su hogar con satisfacción, pero escasa alegría.
Los supervivientes orcos se dispersaron por lo largo y ancho de Nemus. Nunca más como una gran horda inabarcable, pero sí en pequeños grupos, liderados por aquellos que se alzaron como jefes de los supervivientes. Montes apartados, desfiladeros u oscuros bosques fueron el nuevo hogar de los supervivientes, que siguieron tramando con maldad y causando tanto daño como era posible con su menguada fuerza. Alguna aldea saqueada, alguna caravana asaltada. Hasta que fue evidente que los enanos habían aplastado el avispero bajo sus martillos, pero muchas avispas habían volado para crear nuevos nidos en algún árbol hueco o alguna grieta entre las peñas.
Aunque algunos trasgos siguieron sometidos a los orcos y se vieron obligados a viajar con ellos en su éxodo, muchos lograron su libertad y fueron por fin dueños de su propio destino. Algunos se escondieron en bosques, o en grutas bajo tierra. Otros montaron en sus huargos y abrazaron con fervor la libertad en una vida de nómadas. Y algunos de ellos conocieron a los gnomos, conviviendo y aprendiendo mucho de ellos hasta que se vieron obligados a abandonar su compañía y crear la demencial ciudad en la que aun hoy viven.
Pero la historia de los trasgos merece ser contada en otra ocasión.
En los frondosos bosques que se extienden a ambos lados del caudaloso Cola de Sierpe las tribus orcas comenzaron a ser unificadas. Hasta entonces su población y su fuerza había quedado limitada por su propia belicosidad, que les impulsaba a guerrear unos contra otros, sin que ninguna tribu llegase a imponerse sobre otra.
Todo cambió cuando Gulargh Bork se alzó como señor del clan de los Cabezas Rojas después de asesinar salvajemente al anterior líder. Gulargh y Mar-Madrak, el chamán del clan, iniciaron una rápida y brutal campaña contra otros clanes. Cada clan derrotado era sometido y unido a la creciente horda de Gulargh hasta que logró lo inimaginable: unificar a todos los clanes orcos.
Mar-Madrak caminaba tras él y clamaba a los cuatro vientos que Gulargh era El Unificador, aquel que según las leyendas abriría las puertas a la Era del Orco. ¿Por qué pelear entre ellos por migajas y desperdicios, pugnar por unos palmos más de tierra o disputarse exiguas piezas de caza? No, el mundo era el límite, las otras razas débiles y el poder absoluto la justa correspondencia para la raza orca.
¿No habían sometido acaso a los trasgos que ahora les servían como esclavos? Ese era el destino de los otros pueblos. O la aniquilación. Esa decisión sería la única que les correspondería.
Los hornos rugieron, las forjas trabajaron día y noche, y una inmensa horda avanzó hacia el este y el norte. Hacia las tierras de los enanos de Altosmontes, cuyas riquezas causarían solaz a Gulargh y formarían el primer botín para sus lugartenientes.
Las primeras conquistas fueron fáciles: pequeños asentamientos enanos, campamentos madereros y granjas. Aquellas incursiones de inusual audacia despertaron la inquietud en el Consejo de Ainborg, que levantó en armas a la fortaleza y envió a su ejército al encuentro de los orcos.
Inquieto por las posibles consecuencias de enfrentarse a una fortaleza enana al completo, y lo que una derrota causaría entre los clanes orcos, Mar-Madrak convenció a Gulargh para que cambiase su objetivo y siguiese el Cola de Sierpe hasta el mar, donde se alzaba la ciudad de Boca de Agua, el gran puerto comercial que daba salida a las riquezas enanas al Gran Mar Central.
Algunas fuerzas de trasgos fueron dejadas para entretener a los enanos, mientras que el grueso del ejército orco volvió sobre sus pasos y se dirigió a marchas forzadas hacia el sudoeste.
Boca de Agua era una ciudad de pequeño tamaño, constreñida por sus murallas. La mayor parte de la población intramuros consistía en almacenes y delegaciones comerciales, por lo que estaba rodeada de multitud de casas y granjas. Todos aquellos que nada pudieron hacer cuando la horda orca salió de los bosques en mitad de la noche, protegidos por los hechizos de sombras de Mar-Madrak.
La Noche de la Gran Pira fue como llamaron los enanos a lo que aconteció aquel día. Boca de Agua quedó reducida a rescoldos humeantes, mientras los orcos peleaban entre ellos por el botín y saciaban su sed con cerveza enana. Algunos barcos de otros pueblos lograron escapar antes del desastre, pero ningún defensor enano sobrevivió a esa jornada.
Dibujo de Seraph777 |
Las tribus de trasgos que habían quedado para proteger la retaguardia huyeron sin mirar atrás y los ejércitos enanos recorrieron el Cola de Sierpe sin encontrar más oposición que los pocos habitantes que habían quedado en los dispersos poblados orcos. Todos ellos fueron destruidos. Sin compasión. Y tan concienzudamente como solo un enano es capaz de hacer su trabajo. Ningún orco escapó de las hachas enanas, y las murallas y las piedras de clan de los orcos quedaron reducidas a polvo bajo los martillos.
Tras semanas de incansable marcha los enanos por fin tuvieron al alcance de su vista las ruinas de Boca de Agua en la lejanía.
Gulargh y Mar-Madrak sabían del avance enano hacía varios días y convencieron a las tribus del más osado de los planes: aprovechar la ocasión para exterminar a todo el pueblo enano ahora que el tejón -dijeron- había abandonado su madriguera.
Gulargh desplegó a todos sus guerreros en una inabarcable línea. Aprovecharía su inmenso número para envolver los enanos. Encerrarlos en una gran bolsa para asfixiarlos y matarlos un por uno.
Los campeones de los clanes ocuparon el centro, cubiertos por sus bestiales armaduras, tachonadas ahora de restos de armaduras enanas saqueadas. A sus lados los guerreros tribales y, hacia los extremos, tropas peor armadas y equipadas. En los flancos se desplegaron a los esclavos trasgos y -ocultos entre los bosques lejos de Bocas de Agua- sus jinetes de huargo, que deberían aprovechar su velocidad para rodear al enemigo y ahogar bajo su número sus máquinas de guerra, antes de volver grupas y cerrar la letal trampa que Gulargh y Mar-Madrak habían confeccionado.
Dicen las máximas militares que ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo. El plan de Gulargh y Madrak no sobrevivió a la mera visión del ejército enano.
No había máquinas allí, solo habrían servido para ralentizar su marcha. No había allí grandes balistas ni catapultas. Solo enanos y metal. Y una ira llameante que los impulsaba con una determinación asesina. Los orcos no cargaron contra las habituales trincheras enanas, si no que se encontraron avanzando hacia un rugiente muro que corría hacia ellos en medio de terribles voces.
Los jinetes trasgos y aquellos de sus congéneres que combatían a pie abandonaron sus posiciones y cruzaron desesperadamente el río, o se perdieron entre los árboles. ¿Por qué inmolarse junto aquellos que los habían esclavizado y obligado a luchar en guerras que no eran suyas?
Solos quedaron los ejércitos del orco. Y aun algunos de los que guardaban los flancos que los trasgos habían desguarnecido sintieron flaquear su ánimo y empezaron a dispersarse quedamente al principio, y con desesperada premura finalmente.
Cuando ambos frentes chocaron se oyó un ruido como si las mismas montañas impactasen contra la tierra. Gritos espeluznantes, juramentos terribles, el aterrador e inconfundible sonido de huesos quebrándose, el choque del metal contra metal como en una forja infernal.
Dibujo de Neisbeis |
Los supervivientes orcos se dispersaron por lo largo y ancho de Nemus. Nunca más como una gran horda inabarcable, pero sí en pequeños grupos, liderados por aquellos que se alzaron como jefes de los supervivientes. Montes apartados, desfiladeros u oscuros bosques fueron el nuevo hogar de los supervivientes, que siguieron tramando con maldad y causando tanto daño como era posible con su menguada fuerza. Alguna aldea saqueada, alguna caravana asaltada. Hasta que fue evidente que los enanos habían aplastado el avispero bajo sus martillos, pero muchas avispas habían volado para crear nuevos nidos en algún árbol hueco o alguna grieta entre las peñas.
Aunque algunos trasgos siguieron sometidos a los orcos y se vieron obligados a viajar con ellos en su éxodo, muchos lograron su libertad y fueron por fin dueños de su propio destino. Algunos se escondieron en bosques, o en grutas bajo tierra. Otros montaron en sus huargos y abrazaron con fervor la libertad en una vida de nómadas. Y algunos de ellos conocieron a los gnomos, conviviendo y aprendiendo mucho de ellos hasta que se vieron obligados a abandonar su compañía y crear la demencial ciudad en la que aun hoy viven.
Pero la historia de los trasgos merece ser contada en otra ocasión.
Ez que loz orkoz no zaben planear una batalla... Loz grandez generalez ziempre han zido gobboz. XD
ResponderEliminarLoz orkoz nunca han zido una cultura ezpezialmente interezante. Pero por zupuezto queremoz zaber maz de la ziudad goblin. ¿ Tendremoz un amado lider que cante canzionez pegadizaz y que ze dedique a raptar bebez? :D
Me he contenido para no traer un duque blanco :P
EliminarJOooo ¿por que no? Si es el rey goblin que más mola de toda la historia
EliminarHay a quien no le gusta el glam.
EliminarAunque si me hiciese un ejército de goblins buscaría qué miniatura puedo conversionar como Bowie en mallas :P
Esto esta tomando forma, y esta quedando muy bien, ya tendrás tiempo de convertir la crónica de esta batalla en una campaña mas detallada.
ResponderEliminarVeremos el rumbo que toma todo. Desde luego esas puertas abiertas son, bueno, puertas abiertas ;)
EliminarMuy interesante, aunque algo menos que otros relatos. Pero reconozco que es tema personal, los orcos nunca me han llamado la atención como otras razas, pero es cierto que deben tener su lugar. Una cosa que no he visto es una descripción física de ellos o no la recuerdo de anteriores posts. ¿Son pielesverdes estilo GW o humanoides grisaceos estilo Tolkien?
ResponderEliminarPor otra parte me encanta el soplo de aire fresco respecto al rollo apocalíptico de GW, en el hecho de que los enanos aplastan completamente a los orcos. No es la situación arquetípica de enanos contra las cuerdas, los últimos, con las añoranzas de los grandes días del pasado...Me gusta sí.
En las notas de diseño del sábado entraré hasta el fondo en el tema del aspecto de los orcos. Seguro que te gusta ;)
EliminarCreo que, en general, acostumbran a ser una masa de villanos sin personalidad. Solucionarlo suele llevar a trasfondos raros, como en el Warcraft. En mi caso he apostado por humanizarlos; convertirlos en una sociedad tribal y de clanes, del mismo modo que el Imperio Romano percibía a cualquier bárbaro del norte. He dejado entrever algún retazo cultural -como las piedras de clan- en la que se podría entrar a profundizar más adelante.
Muy guapa la historia de los orcos, me gusta que no sean una masa imparable de destrucción (tipo ESDLA o WH), muchas ganas de ver a los Trasgos, me los imagino como unos series maquiavélicos pero muy divertidos.
ResponderEliminarPostdata: Vivan los Enanos
Los trasgos son de mis favoritos en Nemus.
EliminarTerminados están. En unas semanas con vosotros ;)
Me encanta la imagen de los enanos cabreaos :'D a ostia limpia como debe ser.
ResponderEliminarA ver que apariencia tienen los orcos y si son una raza primigenia o el producto de corrupcion de otra raza.
Por cierto, parece que te molan las serpientes xD
En el trasfondo mitológico-geográfico el Cola de Sierpe representaría esa parte de la anatomía de la Gran Sierpe, que se enrosca por los mares de Nemus ;)
Eliminar¡Esos enanos genocidas! Pero esos orcos esclavistas se lo merecían. ¡Ze lo merezían!
ResponderEliminarDeseando ver a los trasgos (¿los trentis? xD)
Vas a ver varias culturas de trasgos. Lo mismo hay una que algo tiene que ver con los trentis ;)
EliminarMe duele un poco ver a los Orcos como los típicos salvajes, desaliñados y eminentemente malvados. En la mayoría de ambientaciones se tratan así y es una lástima. Yo los veo como unos tipos fuertes con una sociedad militarizada,imperialista y si, eminentemente esclavista, pero eso no los hace necesariamente malvados, o no necesariamente más que el resto de razas que también buscan expandir su territorio.
ResponderEliminar¿Eran malvados y salvajes desaliñados los germanos que pasaban la frontera romana del Rin? ¿No tenían una cultura y una sociedad sofisticada?
EliminarCreo que es una percepción personal que depende tanto de la opinión propia como de las fuentes que uno tome ;)
Precisamente venía a comentar lo acertado que supone terminar esta historia con una puerta enormemente abierta donde cada uno podría configurarse su propia banda o tribu orca con las características deseadas. Es lo que tienen las diásporas masivas jeje.
EliminarBuena entrada y me ha inspirado una idea bastante retorcida que te haré llegar en breves, aunque primero quiero leer la pieza de mañana :P
Espero con interés ;)
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