La isla de los espíritus

Sigo el ciclo de sandalias. Aunque en esta ocasión solo de refilón, porque este libro se centra en los celtas. Concretamente en las tribus britanas.

Me llamó la atención esta novela porque Rosemary Sutcliff y Michael Moorcock se consideran admiradores e influenciados por el autor de esta obra: Henry Treece. Aun tengo a Moorcock en mi pila de lecturas pendientes, pero he leído cuanto ha caído en mis manos de Sutcliff y es una escritora que me encanta, así que eso me hizo decidirme a leerlo.

La isla de los espíritus es una novela muy peculiar. Tiene muy poco que ver con cualquier novela histórica convencional y se nota mucho que el autor es poeta. El estilo y el tono es de un romanticismo evidente y uno tiene la sensación de estar leyendo a Mary Shelley o a Bécquer. Todo tiene una apariencia onírica, muy irreal, como si describiese un mundo soñado que se escapa entre jirones de niebla.
Al principio puede desconcertar un poco, pero una vez el lector se ha acostumbrado al estilo es fácil dejarse llevar por él.
Fiel al estilo/influencia del Romanticismo esta es una novela muy dura. Mucho. Está llena de dolor y amargura por todas partes. George R.R. Martin se carga a sus personajes sin remordimientos, pero Treece parece deleitarse en ello. Aquí no todos mueren, pero sufren hasta niveles sádicos, tanto física como emocionalmente. Estómagos sensibles abstenerse.

El argumento gira en torno a la campaña britana del emperador Claudio (sí, sale lo de los elefantes). En los primeros compases tenemos un guiño shakesperiano con la aparición de Cunobelin para pasar a las desventuras de Caradoc y las aun más trágicas desventuras de su primo Gwydoc. También sale Cartimandua (más mala que la tiña) y todo un mosaico de pueblos britanos. Como el autor es inglés se ceba bastante con los siluros, pero como tampoco nos piropea a los hispanos supongo que es una animadversión extensible a todo el que no sea celta belga de pura cepa.
Las descripciones de ritos y tradiciones son un poco truculentas. No vamos a entrar a criticar esto porque los historiadores no tienen unas ideas muy claras de la realidad. Imagino que los druidas no serían unos abraza-árboles new age, pero creo que tampoco tendrían tanta afición por el cuchillo como un sacerdote azteca. Aun así los siluros son peores, claro (por momento parecen humanos salvajes sacados de algún relato de Conan); ni el hombre de mimbre parece faltarles.

La novela gustará a quienes les mole el rollo celta (sobre todo el crepuscular) y a quienes quieran disfrutar de un libro de ambientación histórica pero tengan reparos con la novela histórica en general (esto es literatura seria).
Hay batallitas y espadazos, pero el rollo gira más en torno al vae victis, así que quien busque acción a raudales se sentirá decepcionado.

Comentarios

  1. Bueno, la verdad es que esta tiene mejor pinta que las novelas de pilums que nos estás trayendo últimamente. Me la apunto, que igual un día...igual...

    P.D.: Moorcock es un autor muy irregular, tiene libros muy buenos y auténticas idas de olla. Yo me leí los de Elric de Melniboné, y eso había de todo, desde historias geniales a auténticos "viajes" de algún tipo de droga.

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    1. Algún día entenderéis que la toga es más elegante que el tartán :P

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  2. Pero el tartán pone más a las churris :p

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  3. Cuando leí esta novela hace bastante tiempo quedé desencantado hasta el punto de no leer nada más de H. Treece. Como novela la encontré desfasada incluso teniendo en cuenta cuando se escribió.
    Lo que sí me gustó fue la "sensación" de cómo debían sentir y actuar los celtas, aunque quizás esta sensación sea falsa, pero quién sabe realmente cómo era esa gente.

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    1. Sí, comparto tu opinión en términos generales.
      Me parece una novela más centrada en el nivel emocional que en la narración de batallas. Todo tiene un tono onírico y el toque crepuscular lo borda. Aunque, como dices, es una proyección desde nuestra perspectiva actual.

      Si me gustaría leer alguna otra cosa de Treece. Dudo que se animen a traducir mucho más, así que espero que espabilen y al menos las editoriales anglosajonas cuelguen todo su catálogo digitalizado en Amazon antes o después.

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